Centros de aprendizaje: El otro refugio de los escolares (Revista Ya de El Mercurio del 18/03/2003)
Texto: Karim Gálvez V.1

Aunque la polémica por el aumento de las consultas por problemas de aprendizaje no ha terminado, muchos niños y padres han descubierto en los centros de apoyo escolar una faceta hasta ahora desconocida: sicopedagogos, fonoaudiólogos y sicólogos son mucho más que "las hadas madrinas" que ayudan a pasar de curso. Además, son los generadores de un espacio de encuentro y desahogo. Un nuevo refugio donde no falta la entretención.

Texto Karim Gálvez V. Fotografía Sebastián Sepúlveda

CRISTIÁN NEME (14) ya recuerda 2002 como el año de la sicopedagoga. En su agenda electrónica quedó archivado el teléfono de la especialista María Paz Ferretti y marcados los lunes, miércoles y viernes como días de consulta. Aunque sus notas eran muy buenas, le costaba comprender las instrucciones. Redactaba confusamente y no siempre los profesores entendían qué deseaba expresar.

Le gustó ir porque le enseñaron a estudiar, hacer resúmenes, mapas conceptuales, redactar. Se convirtió en una actividad normal de su vida. Tanto, que no podía pasar una semana sin asistir. Es que se identificó con la casa-consulta, que para hacerse más cálida no exhibe letrero alguno, alberga al perro Rolando y una cocina con café siempre caliente y galletitas.

Cristián cuenta que en el centro de apoyo escolar había momentos para trabajar y descansar, y que la sala de espera era el lugar de la cofradía. "En el ámbito de amistad lo pasamos bien. Conversamos harto. A fin de año fue genial, porque mis amigas de la consulta me encontraron la pareja para la fiesta de graduación. Hacían listas con las posibles candidatas... Si no sigo este año lo voy a echar de menos, no por estudiar sino por la onda".

Centros como Arca, Audilén, Creceres, Aprender o Ceril nacieron para apoyar el desarrollo de los niños. Para que "crezcan en armonía", como reza la declaración de principios de uno de ellos. Considerando que, según estudios, entre el 15 y 20 por ciento de los escolares chilenos tiene algún problema de aprendizaje, estos centros ya son parte de la rutina diaria para una gran cantidad de alumnos santiaguinos, sobre todo de colegios privados.

Pero más allá de las estadísticas, lo que ha sorprendido a mamás y especialistas es que estos lugares se han transformado en panorama y lugar de encuentro. Las sesiones no se interrumpen ni siquiera en verano y los niños no reclaman. Al contrario, reclaman si no van. Incluso los adolescentes, para quienes sentirse incomprendidos es parte de la esencia, aquí se desahogan y pasan tardes completas aunque hayan terminado sus sesiones. Se quedan dando vueltas, haciendo tareas, conversando, como si estuvieran en su propia casa.

Los jóvenes se sienten cómodos, tal vez porque estos sitios no se conciben como centros médicos con atmósfera de clínica. Al contrario, abundan los mostaza, azules y jacinto en las paredes y los logos llamativos. "Nos interesa que los padres y los niños encuentren un espacio de apoyo, y percibo que los niños establecen un vínculo con nosotros. Les gusta venir. Se dan cuenta intuitivamente de que algo está pasando, que están creciendo", cuenta María Dolores García, coordinadora de Ceril.

Cristián Neme recuerda que se cruzaba con amigos y muchas veces con compañeros que nunca esperó, "y estamos hablando de jóvenes de cuarto medio con problemas de lectura. Uno conoce sobre los otros niños y le da rabia que haya papás inconscientes... Una niña estaba a punto de repetir y la llevaban apenas una vez por semana. También había niños con más de veinte rojos en el semestre. Uno se da cuenta de que no es el único", dice casi enojado.

Santiago: más exigente

Actualmente, los pacientes de estos centros pertenecen a una generación que hoy tiene menos de veinte años y vive fundamentalmente en la capital.

"Un niño que tiene una falencia en Santiago puede que en San Fernando no aparezca. Cambian las exigencias del medio. Hay un grupo grande que necesita apoyo, porque acá el medio es más exigente. Se le pide poseer ciertas habilidades que no siempre tiene, por lo que queda en desventaja con respecto de sus pares", afirma María Dolores García.

Falina Inserrato y Silvana De Monte, sicopedagogas de Arca, sostienen que un alumno con dificultades en el colegio casi siempre acarrea trancas emocionales. Habitualmente llega con algún conflicto no elaborado, incluso no le agrada su apariencia física. Se han percatado de que si no está bien parado frente al mundo es imposible que desee aprender, aunque al principio no siempre se muestra dispuesto a colaborar con el especialista. Se siente fracasado, rabioso, solo, estigmatizado como niño problema en el colegio y en su casa. "Una, como adulta, los ve caprichosos, taimados, pero a través del juego van mostrando sus carencias; aparecen sus deseos más íntimos y se van superando", dicen las especialistas de Arca.

Hoy, las terapias persiguen superar las dificultades del desarrollo lúdicamente, a través de actividades dirigidas por un adulto mediador. Siempre existe una planificación tras la actividad, un objetivo que lograr.

Muchas veces las falencias son muy concretas; por ejemplo, un niño defensivo cutáneo, que reacciona impulsivamente si lo tocan de manera repentina o que evita jugar con ciertos materiales. Ése no se trata de un daño orgánico, sino de situaciones que se pueden tratar y superar jugando en espacios amplios, llenos de colchonetas, pelotas y cubos. La idea es que no sólo pongan a prueba habilidades corporales, sino que también permitan juegos simbólicos. Como una niña que había sufrido un cáncer de pequeña y jugó a operar a su muñeca, o el pequeño adoptado que se convirtió en el padre de todos sus compañeros.

"Los inmaduros muchas veces tienen poca conciencia corporal y mal control postural. Si son impulsivos corporalmente lo más probable es que también lo sean a nivel de las ideas, en sus relaciones con los pares. El objetivo de estos espacios es que puedan moverse y mejoren la percepción y conciencia de sí mismos. Que se paren en el mundo no sólo a nivel corporal sino emocional", explica Pamela Rodríguez, sicomotricista de Arca, formada en Francia.

Gianluca Granillo (8) espera con ansias su hora en el taller de sicomotricidad, porque es allí donde con otros compañeros arma guerra de cojines, crea castillos y laberintos y juega al tiburón. "Uno camina entremedio de los cubos y si se cae se lo come el tiburón, que es la tía. También me gusta cuando jugamos cartas en el taller de matemáticas. Vamos contando de diez en diez. Hay niños que les cuesta mucho sumar; tienen que hacerlo con la cabeza y no con las manos". Ha conocido nuevos amigos y es enfático al aclarar. "No vengo a estudiar, sino a pasarlo bien".

Sin obligación

Las sicopedagogas María Paz Ferretti y María Inés Bustos creen que la forma de trabajar las dificultades de aprendizaje ha cambiado, pero en la actualidad también aprecian casos con mayor compromiso emocional, ya sea por las exigencias de los colegios, o por padres que no participan lo suficiente en el aprendizaje o que son demasiado ansiosos respecto a sus hijos.

Explican que un diagnóstico y un tratamiento necesariamente cruzan por la adaptación personal y social. "Sirven para descubrir qué opina el niño sobre sí mismo, y a veces aparecen frases como la vida no merece vivirse, en alumnos que tienen quince años. Al haber reiterados fracasos escolares, comienzan a insegurizarse y les baja la autoestima. Por eso hay que tratarlos de manera global".

A veces, las especialistas pasan la hora de consulta consolándolos por algún conflicto puntual. "Si no se des-ahogan probablemente no se concentrarán y tenemos perdida la semana completa. Con un problema en su corazón no rinden, aunque la sicopedagoga les proponga montones de actividades. Son niños, además, que no necesariamente van al sicólogo o siquiatra".

La relación es tan estrecha, que en la época de pruebas globales trabajan sábados y domingos completos en grupos de estudio. Interesa trabajar no sólo el proceso de aprendizaje, sino también la parte escolar. "Si tiene una prueba y no se le ayuda, probablemente le irá mal". Algunos incluso esperan que su sicopedagoga vaya el día del examen al colegio a preguntarles cómo les fue. "Cada uno es un mundo y para que se vaya de alta hay que involucrarse completamente, sobre todo en el mundo actual en que los papás trabajan y no tienen tiempo".

Pero aclaran que en ningún caso buscan acaparar la atención del paciente. "El profesional está ciento por ciento con el niño, pero necesitamos padres que estén cerca, que se involucren, porque hay lazos emocionales y afectivos detrás", explica María Dolores García, coordinadora de Ceril.

Verónica Abud, la mamá de Cristián Neme, destaca la relación que estableció su hijo con su sicopedagoga, una profesional maternal, carismática y estricta. Como al principio Cristián no estaba dispuesto a ir, la especialista lo esperaba a la salida del colegio. "Fue convenciéndolo de a poco hasta que el trabajo dio frutos. El año pasado obtuvo diploma por su tercer lugar en rendimiento".

Ahora Cristián mira a su sicopedagoga como una tía bien cercana, de ésas que acompañan durante la crianza. "Más que a su consulta siento que voy a su casa. Algunos dicen que son como hadas madrinas, porque preparan para pasar de curso, pero no todos saben que también uno tiene que esforzarse, hacer las tareas. No hablamos sólo de temas del colegio. También le cuento las cosas que me han pasado, cómo me ha ido".

Años atrás, otra especialista iba a su casa a enseñarle a estudiar, pero cree que no fue útil, porque lo miraba como un juego, una hora de entretención sin compromiso. "Aprendía pero no todo lo necesario, porque para mí no era un verdadero apoyo escolar. No lo sentía como una responsabilidad".

Joaquín (5) espera los días de fonoaudiólogo. Apenas llega del colegio comienza a preguntar a qué hora le toca con el tío Miguel. Incluso guarda juguetes especiales para mostrarle. "Se ha convertido en un amigo; se nota que los dos lo están pasando bien, en una relación muy cómplice, y además hay progresos. Creo que esto ocurre porque no está presente la obligatoriedad de manera explícita, como en el colegio. Tan bien lo ha pasado, que la hermana mayor se puso celosa y me decía: Yo también quiero jugar con el tío", cuenta la mamá, Bernardita Guzmán.

Marianela Franchini, mamá de Gianluca Granillo, aprecia un sentido de pertenencia con el centro. "Mi hijo quiere ir a toda costa. Cuando no podía llevarlo, me decía, tú me dejas en Apoquindo y yo tomo la micro".

A los especialistas la experiencia les confirma que el lazo afectivo se da más fuertemente si las sesiones terapéuticas se realizan en el centro. "Es el ambiente de ellos y no el nuestro. Un niño con problemas de aprendizaje no está acostumbrado a normas claras. Además, en un centro puede darse la opción de trabajar durante la sesión con otro niño que tenga un problema similar. Se siente acompañado, aprende a respetar, se identifica con el otro", explica la sicopedagoga María Paz Ferretti.

En la consulta aparecen, además, ciertos rituales propios. En Ceril, por ejemplo, los más chicos apenas cruzan la puerta de entrada saludan a la secretaria y la comprometen con el dulce de la salida, porque ninguno se va sin un frugelé. Una transacción en que ningún papá interviene.

"Ojalá a algunos papás no les preocupara tener que traerlos. No tienen por qué sentir que su hijo está en desventaja del resto, porque es apoyado por un especialista; al contrario, sabemos que es un beneficio. Tal vez se le refuerza en un área específica, pero con ello el niño está comprendiendo cosas que encajan en su desarrollo", afirma María Dolores García, de Ceril.

Claudia, dos hijos, no estaba muy convencida cuando del colegio le sugirieron que llevara al mayor al sicólogo. Sobre todo con el antecedente de que en el curso de su hijo estaban en tratamiento 15 de los 40 alumnos.

"Tenía cierto recelo, porque claramente es un exceso. Pero acá me di cuenta de que todos estamos en la misma e incluso me he encontrado con mamás que conozco, y eso también me ha servido de consuelo".

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