Aprendamos algo más sobre los Trastornos de Aprendizaje (TEA):  / por Karen Repetur Safrany. Psicóloga Clínica CERIL 2005/ Pontificia Universidad Católica de Chile / Magíster en Psicopatología Clínica Infanto Juvenil Universitat Autónoma de Barcelona.

Los trastornos de aprendizaje abarcan un amplio abanico de problemas en el rendimiento académico, cuando estos problemas no se explican por retardo mental, trastornos neurológicos, deficiencias sensoriales, trastornos emocionales o métodos de enseñanza inadecuados.

Diferentes funciones neuropsicológicas lingüísticas, motoras y perceptivas intervienen y producen dificultades de rendimiento en la escritura, la lectura o la matemática. Hay cierta discusión respecto a la conceptualización de trastornos generales y específicos, pero se puede decir que los trastornos generales del aprendizaje se caracterizan por un rendimiento insuficiente en casi todas las áreas de enseñanza o por una lentitud marcada para avanzar y seguir el ritmo de los demás compañeros de clase. Muchas veces estas dificultades generales pueden corregirse dentro del sistema escolar, realizando pequeñas variaciones al nivel que sea necesario.

En el caso de los trastornos específicos (TEA), estos se clasifican en trastornos específicos de la lectura; trastornos de la escritura y trastornos del cálculo. Aquí se afecta el rendimiento a nivel cuantitativo o cualitativo en un área específica, y requieren un diagnóstico especializado. Este diagnóstico incluye la historia escolar, del desarrollo y familiar del niño, así como la aplicación de pruebas específicas para evaluar los procesos involucrados en la lecto escritura y/ o el cálculo, según el caso.

Los trastornos de aprendizaje se diagnostican en los primeros años de educación formal generalmente, aunque los déficits que participan en estos trastornos ya están presentes en el preescolar y podrían ser detectados a través de problemas para vestirse solo, para comer por sí mismo, etc.

La prevalencia es de un 5 a 10% de la población general, y es 3 a 5 veces más frecuente en niños que en niñas. La etiología no está totalmente clara, pero se presume que es de tipo biológico, preferentemente a nivel del sistema nervioso central. Las funciones alteradas estarían asociadas a etiologías o anatomías distintas. Problemas durante la gestación, como malnutrición, hipertensión arterial, consumo de alcohol y drogas durante el embarazo; problemas perinatales o postnatales y un factor genético también han sido considerados factores etiológicos que participan en estos trastornos.

Los trastornos de aprendizaje suelen asociarse con diversos trastornos psiquiátricos, como el déficit atencional, los trastornos de conducta y el trastorno depresivo. Muchas veces incluso se asocian a trastornos de personalidad en la adolescencia o comienzo de la adultez. Como decíamos anteriormente, los déficits psicomotores, lingüísticos o viso perceptivos suelen ser previos a que se manifieste el trastorno, y eso significa que hay pobreza en la coordinación psicomotora y el lenguaje en varios casos. Los trastornos de aprendizaje no son lo mismo que el trastorno por déficit atencional, pero sí ocurre que suelen coexistir y que hay que realizar diagnóstico diferencial, porque los niños con trastorno de aprendizaje suelen ser desorganizados y pobres en su planeamiento, conductas que también se ven en los niños con déficit atencional.

Muchas veces los niños consultan por trastornos emocionales o conductuales que se dan conjuntamente con el problema en el aprendizaje, por lo que siempre es bueno que el profesional que reciba al menor que consulta realice una historia del desarrollo y escolar exhaustivas, y en caso de sospechas, se evalúe la presencia de estos trastornos.

Dado que en ellos hay déficit neuropsicológicos, la evaluación de un neurólogo ayuda a discernir las causas del trastorno y las áreas neurofisiológicas mayormente afectadas. El psiquiatra puede descartar patología psiquiátrica concomitante o que sea el verdadero trastorno que explique las dificultades existentes. El psicólogo puede evaluar la presencia de trastornos cognitivos, emocionales o de la personalidad que coexisten con el trastorno del aprendizaje o que explican las dificultades y descartan esa hipótesis diagnóstica. Finalmente, el psicopedagogo aplica pruebas específicas que evalúan las funciones neuropsicológicas alteradas y los procesos de aprendizaje deficitarios. La familia cumple un rol muy importante, y muchas veces es necesario trabajar con los padres para promover una actitud de aceptación y ayuda en las dificultades de su hijo.

Estos niños suelen tener baja autoestima y emociones negativas asociadas a ir al colegio, porque sienten que son diferentes y que no encajan con el resto del grupo curso. En estratos socioeconómicos más bajos, en los cuales muchas veces los padres no terminaron la escolaridad media, se encuentra que detrás de un porcentaje de niños que abandonan el colegio había un trastorno de aprendizaje sin detectar ni tratar.

El tratamiento de los trastornos de aprendizaje requiere de un equipo en el que debería haber psiquiatras, neurólogos, psicólogos, psicopedagogos y profesores, con un profesional a cargo del caso, que coordine el tratamiento y las intervenciones del resto del equipo. Hay distintos niveles de intervención, ya que el trastorno afecta al menor, su familia y la escuela. Por eso suele consistir de sesiones de psicopedagogía, en las que se trabajan las funciones deficitarias y se refuerzan las sanas; orientación y educación a los padres respecto al trastorno, sus causas, riesgos, pronóstico y tratamiento; apoyo a los padres para lograr adoptar la posición adecuada frente al problema; trabajo con los padres, el niño y la escuela para desarrollar hábitos de estudio y adecuar las exigencias y evaluación escolares a las características del niño.

El tratamiento más efectivo es el que se hace precozmente, de manera individual e intensiva, y puede durar entre seis meses y dos o tres años. En establecimientos educacionales subvencionados, los grupos de educación diferencial pueden ser una alternativa si el tratamiento individual no es posible. En general el trastorno suele persistir en la adolescencia y en la adultez, pero un tratamiento oportuno puede ayudar mucho a paliar las deficiencias y disminuir problemas asociados, como baja autoestima y deserción escolar. En la adolescencia es frecuente que la exigencia de nuevas habilidades conlleve reanudar el apoyo psicopedagógico.


El pronóstico es variable, depende del nivel intelectual del niño, severidad del trastorno, ayuda y flexibilidad del sistema escolar, comprensión y colaboración de los padres, presencia o ausencia de psicopatología asociada, rapidez o tardanza en su detección, y de la presencia o ausencia de una intervención adecuada. En ausencia de intervención apropiada el pronóstico es pobre.

 

Bibliografía

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