Bosquejo Para Una Postura Construccionista En Terapia Familiar / por : Pedro Vargas Avalos. FES Zaragoza, UNAM Trabajo presentado en el "II Encuentro de Psicología Clínica Institucional" organizado por el Hospital Psiquátrico "Fray Bernardino Alvarez", 1991

 

Vivimos la última década de nuestro siglo. Los valores que alguna vez experimentamos como eternos no encajan más en lo que ocurre en el presente. Aquello que pensamos como la certeza última (prueba empírica) es ahora una de muchas formas de pensar lo cierto. Tenemos un crecimiento en el interés por pensar los temas teóricos en oposición a los empíricos. Las críticas hacia el modo de pensamiento conocido como científico lo reubican como uno de varios modos posibles de pensar lo cierto. Los discursos de cientificidad, tan prolíficos durante este siglo, se encuentran entonces compartiendo el campo del saber con discursos científicos referentes a aquello que ocurre en la contemporaneidad, en nuestro presente. Esta conmoción en el saber que visualizamos de manera más amplia en los ámbitos intelectuales y culturales alcanza de manera particular a las distintas disciplinas y la nuestra (la psicología) no está libre de estas transformaciones.


Las dimensiones en las que se han presentado estos discursos críticos de nuestro presente han estado con frecuencia vehículados por una reflexión histórica. Por una interrogante de las formas en que aquello que aceptamos ahora como cierto se fue constituyendo a lo largo del tiempo. Dentro de la psicología y en particular, en su práctica clínica quiero aproximarme a una visón que hoy en día llamamos Terapia Sistémica y comentar algunos aspectos de su constitución que ahora nos permiten plantear formas de pensar "lo psicológico" que van más allá de los eventos que se dan dentro de los cráneos de los seres humanos

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Hacia los años 50's en California, un equipo de investigación guiado por Gregory Bateson desarrolló dos constructos teóricos que vendrían a funcionar como principios del trabajo terapéutico con orientación sistémica. La hipótesis del doble vínculo y la familia como un sistema homéostatico. Si bien la hipótesis del doble vínculo es fundamental para concebir como las formas de interacción humana (cuyo vehículo es la comunicación) son un elemento de suma importancia para pensar el trastorno psicológico en términos interaccionales; es la metáfora del sistema la que me interesa enfatizar en este breve y apenas bosquejado recuento histórico.


En el año de 1956 aparece el artículo "Hacia una teoría de la esquizofrenia" publicado por el equipo de Bateson. En este texto se presenta una aproximación teórica al problema de la esquizofrenia donde se desplaza el foco de atención original de las explicaciones etiológicas tradicionales (centradas en la psique o mente del enfermo) y se pasa al ámbito de la comunicación interpersonal. Este desplazamiento constituiría una separación con respecto al modelo médico vigente donde el trastorno se demarcaba como una patología mental. Pensar el trastorno psicológico de una manera diferente fue posible gracias a la metáfora del sistema, la metáfora cibernética, que habría de guiar el trabajo terapéutico sistémico los siguientes 30 años.


Recordemos a la Cibernética como "la ciencia de la comunicación y el control" caracterizado este último como un proceso de autorregulación mediante ciclos de retroalimentación. La familia vista en la perspectiva clínica sistémica se constituía como un conjunto de elementos así como las relaciones entre esos elementos y a partir de ellos es como se mantiene la identidad u organización del sistema. La familia estaría constituida por un conjunto de reglas y relaciones que le permitirían asumirse como tal. El retomar esta metáfora en el campo de la práctica clínica hizo que se reconceptualizara de un modo diametralmente diferente un tema central:

El síntoma.
El síntoma pasaba a ser algo que formaba parte de un ciclo homéostatico que permitía que se estabilizara la familia y no más como un atributo individual. En esta lógica la desviación o diferencia que establecía el síntoma en la familia era lo que hacía posible un reajuste y que la familia permaneciera como unidad. Esta adopción tuvo como consecuencia que se recurriera a figuras o metáforas espaciales que nos permitieran explicar al sistema como una entidad que permanecía igual mientras cambiaba. Tenemos así conceptos como homeostasis, calibración, circularidad, que hacen referencia a esa secuencia cibernética de autoajuste.


Visto de este modo hace 30 años obtuvimos un desplazamiento del modelo médico y se consiguió pensar aquello que llamábamos "trastorno psicológico" (o síntoma de acuerdo al modelo médico) ya no en términos de los eventos que ocurren dentro de la cabeza. Se pasa a pensar el trabajo clínico ahora en términos de las formas y secuencias de interacción personal en los que estamos inmersos. Esta perspectiva dentro del trabajo clínico fue fundamental para el desarrollo de enfoques dentro de la terapia familiar como el modelo estratégico, el sistémico o el orientado a la solución del problema. Sin embargo la complejidad que supone el trabajo clínico hoy en día nos lleva a crear otras opciones. Si antes la metáfora orgánica del sistema nos permitió una explicación términos de interrelaciones, ahora una metáfora diferente nos propone la posibilidad de ampliar nuestra perspectiva y formas de pensar la práctica clínica. La metáfora a la que me quiero referir es la de la Narrativa. Sin embargo antes reseñaré el contexto teórico donde es posible la emergencia de esta metáfora.


Mientras se pensó el trabajo clínico con la metáfora del sistema nuestro espacio terapéutico se vio inmerso en circularidades, "circularidades eternas", que en una lógica recursiva permitía el ciclo de estabilidad de nuestras unidades de interrelación familiar. Su manejo lleva a pensar al terapeuta como el individuo encargado de modificar el ciclo "disfuncional" y proveer a la familia con la ayuda necesaria para regresar a una interrelación mas "funcional". Se asumía que el terapeuta podía, gracias al permanecer fuera del sistema familiar, conocer la verdadera naturaleza de las relaciones "disfuncionales" que se le presentaban como "síntoma". El terapeuta sistémico que pretendió abolir la linealidad del modelo médico y rechazó la posibilidad de asumir una única causa para el trastorno que encontraba, reaprendía a caminar como dios y creía conocer sin el menor recurso a la duda como se daba en un sistema (familia) el patrón disfuncional (síntoma) e incluso asumía la decisión de cual habría de ser la dirección del cambio a conseguir.


Durante los años 80's se viene a presentar una corriente de discursos críticos que se enfrentan a este dilema en la práctica de la terapia sistémica. Si en los 50's fue posible un conceptualización diferente del trastorno psicológico gracias a una forma de aplicar el pensamiento Batesoniano, en los 80's encontramos otra posibilidad en lecturas diferentes del mismo Bateson, y en el trabajo de biólogos especializados en el campo de la ciencia cognitiva como Humberto Maturana y Francisco Varela, lingüistas como Ernest Von Glasersfeld, epistemologos como Heinz von Foerster, antropólogos como James Clifford e incluso hacia dentro de nuestra propia disciplina en el trabajo de Kenneth Gergen. Su crítica se presenta como una forma totalmente diferente de conceptualizar nociones que nuestro sentido común había adoptado como evidentes o cuando menos incuestionables. Nociones como "lo real", "la objetividad", "el sujeto" o la "historia" son incluidos en una esta corriente de pensamiento que reestructura nuestro pensar de "lo psicológico".


En términos generales el contexto de discusión en que encontramos estos discursos críticos en el de la epistemología. El cuestionamiento explícito se dirige a la pregunta "¿cuales son las condiciones bajo las cuales es posible un conocimiento verdadero?" En este punto el trabajo de los biólogos Humberto Maturana, Francisco Varela y el epistemologo Heinz von Foerster nos permite plantear algunas líneas de este pensar crítico. Ellos se interrogan por la posibilidad de un mundo independiente al observador, sus investigaciones referentes al modo en que el cerebro procesa la información. El cerebro no procesa la información el sentido análogo al de una cámara fotográfica sino a través de la identificación de diferencias. El acto perceptual no se constituye en términos de un mapeo de los objetos exteriores hacia un punto en el cerebro sino en el calculo de las diferencias que se registran en las superficies, texturas o espacios. El cerebro constituye conjuntos de invarianzas que se identifican como objetos sólidos que experimentamos como lo que está ahí y que llamamos "objetivo". Sin embargo sería imposible saber como es "realmente" lo que se percibe antes de que sea procesado por el cerebro. Aquello que señalamos como "objetivo" o "real" sólo se puede asumir cuando coincidimos con alguien más que confirma nuestro computo de diferencias. De hecho nuestras ideas sobre el mundo son ideas compartidas, según von Foerster, conseguidas a través de consensos mediados por la cultura y el lenguaje.


En este punto es entonces posible decir que aquello que entendemos como "realidad" es el resultado de un juego de interacciones sociales. En la medida que nos relacionamos con el mundo construimos nuestras ideas acerca de él en la conversación con otros individuos. Este movimiento del juego de interacción sujeto(pensado en términos de conciencia o conducta) mundo hacia una relación lenguaje/mundo nos lleva a focalizar cómo las frases, los discursos, las palabras están inmersas en nuestra vida cotidiana y constituyen formas de vida. Si se piensa al lenguaje mismo como el resultado de un intercambio social las nociones de "sujeto" o "individuo", "realidad" o "verdad" puede ser entendidas como conjunto de ordenes significativos que ponen en relación lo material con lo social a través de lo simbólico.


El modo concreto como expresamos y pensamos las cosas es el producto de esta interacción y así aquello que consideramos como proposiciones de conocimiento sobre el mundo son básicamente el resultado de esta interacción social.
Al considerar la naturaleza de la relación que mantiene al individuo con lo real (ya no con la verdad) en términos de un intercambio social vehículado por los usos del lenguaje se ha de asumir ya no la necesidad de determinar si se tiene un conocimiento preciso o cuales han de ser esas condiciones que posibilitan un conocimiento verdadero. No se trata ya de plantear como el lenguaje ha de presentar una imagen precisa del mundo.


Nos encontramos en el momento de plantearnos otra pregunta que nos oriente en sentido de una epistemología social a diferencia de una epistemología experiencial. Nos preguntaríamos por ¿Qué (nos) pasa? y se buscaría por el sentido y valor de los entramados simbólicos en los que nos encontraríamos. Nos interrogamos por la constitución histórica de las nociones que asumimos como universales y el modo en que estos conceptos nos constituyen a la vez que los constituimos en el juego de interrelaciones de un dominio concreto vehículado por el lenguaje.


Este contexto teórico que acabo de delinear ofrece de manera específica dos dimensiones que se pueden encontrar como constituyentes de esa metáfora narrativa que se ha de diferenciar de la metáfora orgánica del sistema.


Primero podemos señalar un interés creciente en los significados, mientras en la metáfora orgánica del sistema uno de los puntos principales era el énfasis en los intercambios conductuales en la metáfora narrativa este énfasis se centra en el modo en el que los conjuntos de significados emergen y circulan interminablemente entre los individuos.


El segundo punto es el de la temporalidad. En la metáfora orgánica del sistema los referentes a una circularidad y circuitos de retroalimentación muchas veces pasan por alto la dimensión del tiempo. Se puede asumir que se regresaba a lo mismo, el sistema como homeostato que siempre se mueve para permanecer igual. La idea del tiempo es fundamental en la metáfora narrativa pues es a través de la secuencia de interacción como se da cuenta de un discurso o más de ellos que estén circulando. Estos juegos discursivos no se encuentran dentro del cráneo de los individuos, son parte de un flujo general de constantes cambios narrativos, de historias que organizan nuestras experiencias y nuest

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